Pensábamos que no sabían lo que hacían. Llegaron, prepotentes, despreciando nuestra naturaleza -según ellos- degradada y sin valor en comparación con otras zonas mucho más interesantes de este país.
Vinieron a destrozarnos un paisaje que solo parece importarnos a nosotros, a transformar estos montes, casi desconocidos, en una autopista de peaje. Los hemos visto día a día, los hemos sufrido y los seguimos sufriendo con sus cargas de dinamita, su flota de camiones de combate, sus todoterrenos invadiéndolo todo, esquilmando montes, arboleda, vertiendo la tierra sobrante en cualquier lugar, sin importar dónde, aunque la normativa lo prohíba. Al desprecio o, tal vez, la ignorancia de la normativa de impacto medioambiental que ´regula´ esta catástrofe, se ha unido el no tomar en cuenta la experiencia que sobre el territorio tenemos los que lo conocemos.
Les advertimos de que los desmontes, los vertederos incontrolados, las afectaciones del cauce del río tendrían sus consecuencias con las lluvias. Nos miraron con sonrisa de autosuficiencia: somos especialistas, hemos estudiado el terreno y las precipitaciones de la zona desde hace quinientos años. Ante tal seguridad y arrogancia no nos quedaba más remedio que callarnos, aunque la duda siguiera latiendo en alguna parte de nosotros. Pero, insistí, ustedes han cegado las vaguadas, el agua tendrá que salir por algún sitio, digo yo, que no soy ingeniero, ni ganas. No se preocupe, sonríen confiados, sabemos lo que hacemos.
Ha llovido, si bien es cierto que no ha caído una ´tromba´ de agua como a veces ha ocurrido, ha llovido bien, pero sin descanso. Y nos hemos quedado aislados. Una avalancha de tierra suelta nos corta el paso, donde nunca antes hubo problemas. El agua busca su camino y rodea los cimientos del pilar que bloquea la salida de la vaguada. Junto al pilar, la casa del vecino que no ha sido expropiada, y que, sin embargo, tiene todas las papeletas para sucumbir en el desastre. La vaguada ya no puede cumplir su función de canalizar el agua y el agua busca por dónde salir, empujando, arrastrando lo que encuentra a su paso. La tierra revienta contra la jaula de hierro, preparada para otro pilar. La jaula se inclina. Rocas movidas por el agua y la tierra pugnan por caer encima de tamaño artilugio. Sentimos desde nuestra casa el ruido de las avalanchas de la tierra, las rocas desprendiéndose...
Somos los únicos testigos de la rebeldía de la naturaleza. Los innumerables carriles que "decoran" nuestro nuevo paisaje para que entre la maquinaria, se han roto. El agua horada la tierra suelta, arrancada la vegetación por orden de quién sabe quién. Los carriles se rompen, brechas cada vez más profundas los hacen inservibles. Toda esa tierra se dispara sobre el cauce del río, un río que lleva tanta agua como barro y tierra a la presa de Casasola.
Este terreno engaña -dicen- ¿siempre llueve así? No, el terreno no engaña, y puede llover peor. Sus prisas, sus ingenieros, su autopista, sus políticos son los que engañan. ¿Cuándo aprenderemos?
Virginia Téllez Rico de Arroyo Coche (Casabermeja)
Carta a los directores de La Opinión de Málaga, 07/11/2008 y Revista El Observador, 12/11/2008
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