La masa forestal malagueña apenas retiene 0,5 toneladas al año; una cifra muy inferior a las 5 de media del país.
Los expertos señalan a la falta de vegetación y a una reforestación incomplet. A pesar de los avances, Málaga está a la cola andaluza, con Almería, en superficie verdeSe ha empezado a pensar en verde. La preocupación sobre el medio ambiente ha pasado de considerarse una veleidad juvenil a ilustrar las agendas de los políticos, pero los resultados, en cuanto al estado del patrimonio natural, siguen siendo alarmantes. Especialmente, en lo que respecta a amenazas como el cambio climático y la contaminación. Según un estudio del Creaf, Málaga es, junto a Alicante, la provincia con menos recursos para combatir las emisiones a la atmósfera. Una situación heredada directamente de la debilidad de sus bosques, que bloquean apenas 0,5 toneladas de dióxido de carbono al año –la media, en el resto de España, llega a cinco–.
La escasa capacidad de contención de la vegetación de Málaga se pone de relieve en contraste con los puntos más eficaces del país; en Galicia, por ejemplo, los árboles absorben alrededor de 7 toneladas de CO2 por temporada. Eso significa un 92,9 por ciento más que en la Costa del Sol, donde el informe, lejos de reclutar la indignación de los especialistas, ha servido para corroborar las denuncias de los grupos ecologistas.
El hecho es que Málaga tiene poca defensa natural contra las emisiones. Sus montes son incapaces de responder a las emanaciones de la industria y de la vida urbana. Las causas, más allá de los números del Creaf, miran directamente al paisaje, de un lado, la cubierta vegetal es escasa y, de otro, se trata de una masa forestal todavía en crecimiento, debilitada en su respuesta frente a las nuevas amenazas. «Se requiere un mayor esfuerzo de forestación. Nos jugamos mucho», advierte José Damián Ruiz Sinoga, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Málaga.
El experto recuerda que, en las últimas décadas, Málaga ha sufrido una gran presión en su entorno. A la avidez urbanística, se suma la transformación de extensiones de bosque en superficie agrícola, que también ha restado armas contra este tipo de contaminación. «Se quitó suelo forestal para otros usos y luego se abandonó en estado de recuperación, sin que hubiera tiempo para que desarrollara sus propiedades», indica.
Antonio Troya, responsable en Málaga del grupo conservacionista de la UICN, insiste en que la debilidad del campo malagueño en cuanto a parapeto de las emisiones de CO2 obedece a la extensión y a la madurez metabólica de buena parte de la vegetación. «Se apostó por una utilización intensa del suelo y todavía no se ha compensado», resalta.
A estos factores se añaden, además, las características de la cubierta vegetal de Málaga, en la que destaca el bosque Mediterráneo, generalmente más disperso, aclara Ruiz Sinoga. En los últimos años, la provincia ha tratado de corregir sus deficiencias, aunque en un plano eminentemente más teórico que práctico; siguen pendiente proyectos de sumo interés para la armadura natural de la provincia. Las tareas de reforestación, la remodelación del lindero del río Guadalmedina, la ampliación del parque de los Montes de Málaga o el llamado corredor verde europeo, del que se dejó de saber algo hace tiempo, son sólo algunos de ellos. Y, mientras, señala Juan de Dios Fernández, portavoz de Greenpeace en Andalucía, continúan las emisiones procedentes del tráfico, el consumo energético e instalaciones como la cementera de la Araña o la central térmica de Campanillas. Los resultados del informe del Creaf se confirman también en el inventario de superficies del Instituto Nacional de Estadística (INE), que reconoce a Málaga como la provincia, junto a Almería, con menos masa forestal de Andalucía. Una situación intrigante, sobre todo si se tiene en cuenta que en la Costa del Sol no abundan los paisajes desérticos, aunque con un motivo para la esperanza: en el periodo comprendido entre 1998 y 2009, esa misma masa forestal se incrementó un 7,5 por ciento, con un crecimiento en bruto de 13.844 hectáreas.
Los datos aún así no son muy alentadores. Málaga acumula un total de 196.695 hectáreas de suelo forestal; una cifra comparativamente muy inferior a la de zonas como Huelva, donde las defensas boscosas ascienden a 493. 283. De acuerdo con el INE, la provincia dedica 283.771 hectáreas al cultivo –un 10,7 por ciento menos que en 1998–, pero cae considerablemente en lo que se refiere a los prados y pastizales, pese a la subida, de más de un 50 por ciento, de la última década –la superficie llega actualmente a las 45.997 hectáreas, por una media de más de 100.000 del resto del territorio andaluz–. Los números, en este caso, obligan a Málaga a pertrecharse para encarar un futuro que se presenta poco dócil con la naturaleza. No es una cuestión paisajística, sino también económica: «El deterioro ambiental supone dañar otras áreas como la economía y el turismo», señala Jorge Baro, director del Centro Oceanográfico de Málaga.
Los expertos señalan a la falta de vegetación y a una reforestación incomplet. A pesar de los avances, Málaga está a la cola andaluza, con Almería, en superficie verdeSe ha empezado a pensar en verde. La preocupación sobre el medio ambiente ha pasado de considerarse una veleidad juvenil a ilustrar las agendas de los políticos, pero los resultados, en cuanto al estado del patrimonio natural, siguen siendo alarmantes. Especialmente, en lo que respecta a amenazas como el cambio climático y la contaminación. Según un estudio del Creaf, Málaga es, junto a Alicante, la provincia con menos recursos para combatir las emisiones a la atmósfera. Una situación heredada directamente de la debilidad de sus bosques, que bloquean apenas 0,5 toneladas de dióxido de carbono al año –la media, en el resto de España, llega a cinco–.
La escasa capacidad de contención de la vegetación de Málaga se pone de relieve en contraste con los puntos más eficaces del país; en Galicia, por ejemplo, los árboles absorben alrededor de 7 toneladas de CO2 por temporada. Eso significa un 92,9 por ciento más que en la Costa del Sol, donde el informe, lejos de reclutar la indignación de los especialistas, ha servido para corroborar las denuncias de los grupos ecologistas.
El hecho es que Málaga tiene poca defensa natural contra las emisiones. Sus montes son incapaces de responder a las emanaciones de la industria y de la vida urbana. Las causas, más allá de los números del Creaf, miran directamente al paisaje, de un lado, la cubierta vegetal es escasa y, de otro, se trata de una masa forestal todavía en crecimiento, debilitada en su respuesta frente a las nuevas amenazas. «Se requiere un mayor esfuerzo de forestación. Nos jugamos mucho», advierte José Damián Ruiz Sinoga, catedrático de Geografía Física de la Universidad de Málaga.
El experto recuerda que, en las últimas décadas, Málaga ha sufrido una gran presión en su entorno. A la avidez urbanística, se suma la transformación de extensiones de bosque en superficie agrícola, que también ha restado armas contra este tipo de contaminación. «Se quitó suelo forestal para otros usos y luego se abandonó en estado de recuperación, sin que hubiera tiempo para que desarrollara sus propiedades», indica.
Antonio Troya, responsable en Málaga del grupo conservacionista de la UICN, insiste en que la debilidad del campo malagueño en cuanto a parapeto de las emisiones de CO2 obedece a la extensión y a la madurez metabólica de buena parte de la vegetación. «Se apostó por una utilización intensa del suelo y todavía no se ha compensado», resalta.
A estos factores se añaden, además, las características de la cubierta vegetal de Málaga, en la que destaca el bosque Mediterráneo, generalmente más disperso, aclara Ruiz Sinoga. En los últimos años, la provincia ha tratado de corregir sus deficiencias, aunque en un plano eminentemente más teórico que práctico; siguen pendiente proyectos de sumo interés para la armadura natural de la provincia. Las tareas de reforestación, la remodelación del lindero del río Guadalmedina, la ampliación del parque de los Montes de Málaga o el llamado corredor verde europeo, del que se dejó de saber algo hace tiempo, son sólo algunos de ellos. Y, mientras, señala Juan de Dios Fernández, portavoz de Greenpeace en Andalucía, continúan las emisiones procedentes del tráfico, el consumo energético e instalaciones como la cementera de la Araña o la central térmica de Campanillas. Los resultados del informe del Creaf se confirman también en el inventario de superficies del Instituto Nacional de Estadística (INE), que reconoce a Málaga como la provincia, junto a Almería, con menos masa forestal de Andalucía. Una situación intrigante, sobre todo si se tiene en cuenta que en la Costa del Sol no abundan los paisajes desérticos, aunque con un motivo para la esperanza: en el periodo comprendido entre 1998 y 2009, esa misma masa forestal se incrementó un 7,5 por ciento, con un crecimiento en bruto de 13.844 hectáreas.
Los datos aún así no son muy alentadores. Málaga acumula un total de 196.695 hectáreas de suelo forestal; una cifra comparativamente muy inferior a la de zonas como Huelva, donde las defensas boscosas ascienden a 493. 283. De acuerdo con el INE, la provincia dedica 283.771 hectáreas al cultivo –un 10,7 por ciento menos que en 1998–, pero cae considerablemente en lo que se refiere a los prados y pastizales, pese a la subida, de más de un 50 por ciento, de la última década –la superficie llega actualmente a las 45.997 hectáreas, por una media de más de 100.000 del resto del territorio andaluz–. Los números, en este caso, obligan a Málaga a pertrecharse para encarar un futuro que se presenta poco dócil con la naturaleza. No es una cuestión paisajística, sino también económica: «El deterioro ambiental supone dañar otras áreas como la economía y el turismo», señala Jorge Baro, director del Centro Oceanográfico de Málaga.
La Opinión de Málaga, 13/05/2012
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